lunes, 18 de abril de 2011

Historia en paredes - por Bianca Salustiano Damaceno


Parece que fue ayer que la conocí, tan dulce y cariñosa. Las primeras cosas que percibí fueron sus ojos azules y las curvas de su boca y, por supuesto, sorbí cada gota de su perfume profundamente impactante; jamás lo olvidé.
Mi nombre es Diego. Y a mi madre le encantaba decirlo.
Luma es, como dicen, “la mujer” de mi vida. Hoy me encuentro ingresado en una clínica, en medio a locos. Todas las noches me quedo llorando en la pared como si estuviera en el “muro de los lamentos” buscando el consuelo de los desesperados.
Nos conocimos en un parque para niños, en la pileta de arena. Ella me sonreía mientras comía arena y su pelo se mecía con el viento. Yo simplemente llegué y le dije: “¡Hola!”. Ella, sonriendo, me constestó: “¡Hola!”. Desde entonces nos volvemos amigos y después de quince años, novios.
Nuestra primera cita como novios fue en un parque de atracciones donde nos aventuramos en la montaña rusa. Mientras el círculo daba sus vueltas y los fuegos artificiales alumbraban el cielo, nuestros labios se acercaban y me pareció que estaba tocando en melocotones, pero con olor y gusto a menta. Así que, todas las noches repetía a voces – “TE QUIERO” – y me creía imposible no querer tanta dulzura y belleza. Al tumbar la cabeza en la almohada parecía que dentro de mi estómago volaban miles y miles de mariposas mientras pensaba en ella.
Tras cinco años de noviazgo y de varias noches perdidas pensando en aquella boca de melocotón, resolvimos juntarnos. El día de nuestra boda, mientras esperaba ansiosísimo, miré por encima de mi cabeza y vi millones de ángeles entonando himnos sublimes. En este momento, pensé en los sueños que quería tener a su lado, mientras una hermosa muchacha de blanco colocaba sus pequeños pies sobre la alfombra roja del largo pasillo. Aquella figura desvió mi atención haciendo con que mis manos se volvieran heladas. A cada paso de Luma, mi corazón disparaba en latidos cada vez más rápidos y, en mi mente, una música de fuertes batidas tocaba al mismo compás de mi corazón enamorado.
Delante del altar, Luma posó sus manos calientes y suaves sobre las mías y sus pulgares hacían círculos nerviosos intentando ocultar el nerviosismo.
Así que la oí decir lo tan esperado “SÍ”, mis ojos se llenaron de lágrimas que empezaron a escurrir a los pocos y, a la hora de responder, mis sollozos me impidieron.
Después de la fiesta y de recibir los invitados, entramos en el coche y seguimos en luna de miel. Cuando ya habíamos recurrido la mitad de la ciudad, un camión surgió de la nada y se chocó contra el lado izquierdo de nuestro coche. El ruido fue tan fuerte que no pude hacer nada, me puse en pánico y la única cosa que hice fue salir corriendo del coche. Desgraciadamente, no pude ayudarla. El fuego quemaba sobre su cuerpo ya sin vida y sólo pude mirarlo, aterrorizado y perplejo.
Los bomberos aparecieron y empezaron a echar agua sobre el coche y las cenizas caían sobre mi pelo. Me puse de rodillas sobre la calzada mojada y helada y, otra vez, mis ojos se llenaron de lágrimas, pero ahora ellas quemaban de dolor.
El día siguiente, me recusé a ir al sepultamiento, pues anoche había sido el velatorio de la mujer que amaba.
No conseguí pegar ojo toda la noche, así que salté de la cama y al entrar en la cocina vi unos pinceles en una caja arrimada a la pared; Luma era profesora de Artes. Cogí tres de ellos y un cubo con tinta negra, después saqué todos los muebles del salón, los puse fuera de la casa y prendí fuego a todo. Mientras la madera y los tejidos eran quemados, volví a los pinceles que había separado y empecé a escribir en la pared principal de la sala cosas sobre Luma, como por ejemplo: “Todo cambió así que te conocí.”; “Tan dulces eran tus ojos que me encantaron.”; “Que de tus manos escurra la sal de mis lágrimas.”; “Que de tus ojos azules como el mar encienda un fuego ardiente y queme mis sentimientos.”; “No quiero sólo tu boca, quiero tu alma, tus pensamientos y recuerdos.” y así seguía yo en medio a devaneos. Escribí toda la noche hasta el nacer del sol y ésta fue mi rutina todas las noches siguientes: durante el día, quemaba los muebes, y por la noche, escribía.
Un día, mientras escribía en la última pared de la casa, oí batir palmas. Enfrente de casa, delante del portón y de un montón de hollín, producido por la quema de los muebles, había un hombre con un coche de patrulla. Entonces, me dijo: “Buenos días, señor Diego. Hemos recibido llamadas de sus vecinos diciendo que usted está quemando unos muebles. Sin embargo, lo que me parece es que está quemando la casa toda.” Y el gentil policía siguió: “¿Podría entrar?”. El hombre caminó hasta la primera pared escrita y, en ese momento, me dejé caer en el suelo, en un rinconcito apretado entre una pared y otra y me puse a balancear. El policía se volvió, diciéndome: “Bien, señor Diego, yo sé que está pasando por malos ratos y, además de sus vecinos, sus parientes también me pidieron para llevarlo. Entonces, pienso que lo mejor es que me acompañe”.
Calmamente me puse de rodillas diciéndole:
“Por favor, necesito que me ayude, necesito de Luma. Ella dijo que venía buscarme, pero todas las noches la espero y nunca aparece.”
El hombre posó sus manos sobre mi cabeza y dijo: “Entre en el coche, por favor. Yo sé que ella está esperándole en algún lugar.”
Dejé llevarme. Cuando llegué a mi nueva dirección, me instalaron en una habitación toda blanca y me vistieron con ropas igualmente blancas; parecía una pesadilla. En la habitación, sólo había lo necesario, es decir, una cama y una mesilla, donde un plato de comida esperaba para ser degustado. Con el pasar de los días, percibí que los lunes, era servido macarrón y una ensalada sencilla. Un día, mientras comía un trozo de albóndiga, que acompañaba la salsa del macarrón, una idea martilleaba en mi cabeza: como no tenía nada para escribir, ni una tiza siquiera, cogí un hilo del macarrón y empecé a escribir con él, pegándolo en las paredes. Y eso se repitió todos los lunes cuando tal plato era servido.
Por quince noches seguí escribiendo en las paredes, no escribía en el techo porque no alcanzaba. Yo tenía que hacer eso, pues Luma lo merecía. Por la noche me sentaba en la cama y nunca tumbaba la cabeza en la almohada, pues ella podría llamarme y, si estuviera durmiendo, no la oiría.
Muchos, en verdad todos, me dicen que me volví loco, pero pienso que sólo amo y me responsabilizo por todo lo que estoy perdiendo. Pero lucho por el amor que siento, aunque no tenga nadie para amar.
Tras cinco meses ingresado en la clínica, y contar toda su historia en paredes, Diego se suicidó en pleno lunes. En el rincón de la pared donde se había suicidado, estaba escrita la siguiente frase: “Bastó mirarte... empezar a amarte... para perderte. Pero no quiero separarme de ti, así que voy a buscarte.”

Texto escrito por Bianca Salustiano Damaceno, 3 est. NII, para el "A voces" (proyecto "El País nas escolas"), en 24/10/2010.

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